[Fuente: vanguardia.com.mx]
Los vinos de «Fin el mundo» proceden de vides asentadas en San Patricio del Chañar, en plena Patagonia argentina y a 39 grados de latitud Sur; la bodega se ha levantado en plena zona desértica, azotada por constantes vientos y un sol intenso.
El milagro del vino en las condiciones extremas de la Patagonia se obró a partir de 1996 gracias al canal de 20 kilómetros que condujo el agua del cercano río Neuquén, originado por los deshielos estivales de la Cordillera de Los Andes.
El riego presurizado de alta frecuencia permite el abastecimiento idóneo de 870 hectáreas de vides que dan lugar a unas uvas de «excelente sanidad» y «hollejo más duro» de lo habitual.
Los nuevos caldos patagónicos se han amoldado a los gustos del mercado gracias al trabajo de enólogos como el francés Michel Roland, para conseguir «un buen balance entre azúcar y acidez y, por lo tanto, vinos blancos delicados y tintos de color intenso, afrutados y de buen cuerpo».
También muy próximos al Polo Sur se elaboran los caldos de Nueva Zelanda, y en especial en su Isla de Sur.
En tierra volcánica
Otros de los vinos más extremos del mundo son los malvasías de Lanzarote (Islas Canarias, España), por el lugar donde se asientan las vides, en tierra volcánica.
La escasez de lluvia y la necesidad de proteger al viñedo del abrasador viento sahariano propician en Lanzarote una de las viticulturas más originales del mundo por la naturaleza de la isla, salpicada de protuberancias volcánicas y de una capa de ceniza que hace necesario excavar grandes hoyos en forma de cono invertido.
Además, para aumentar el efecto protector se rodean las cepas con muretes de piedra volcánica en forma de semicircunferencia de unos 70 centímetros de altura, un símbolo del paisaje lanzaroteño.
La singularidad de la viticultura lanzaroteña, donde resulta imposible la mecanización, hace que la producción de un litro de vino en la isla resulte diez veces más caro de lo habitual.
De hielo y nieve
Otra de las joyas para los amantes de los vinos dulces son los denominados Vinos de Hielo, extraídos de viñedos helados de Canadá, Austria y Alemania con un exigente proceso que comienza con una vendimia realizada de noche y a diez grados bajo cero.
Se trata de un vino surgido de la «casualidad» a mediados del siglo 17, cuando en un año de grandes heladas, los vendimiadores «se despistaron» y recogieron las uvas congeladas, que dieron lugar a un caldo «naturalmente dulce», explica el importador de vinos español Dimas López Perea, quien califica estos «vinos helados» como «diferentes a todo».
Hasta 1960 sólo hubo unas doce cosechas en las que volvió a repetirse «el milagro», pero desde entonces en esos países se han multiplicado las bodegas especializadas, y hoy en día la producción alcanza los cinco millones de litros anuales, siempre y cuando se produzcan las heladas necesarias.