La contaminación del vino de la ‘cuna a la tumba’

Tecnalia mide la huella de carbono del proceso de elaboración de los ocho productos más importantes del Grupo Faustino.

La empresa vasca Tecnalia ha realizado una investigación en la que ha calculado la huella de carbono de los ocho vinos más representativos del Grupo Faustino, uno de los grupos bodegueros más importantes de España. Tecnalia ha medido la contaminación que se produce en la elaboración del producto, tanto las botellas como el vino en sí, un estudio del que existen algunos precedentes, pero ninguno tan exhaustivo ni extenso como el que ha realizado Tecnalia.

Eduardo Gainza ha sido el máximo responsable de este proyecto, en el que han participado tres técnicos de Tecnalia junto a un trabajador del Grupo Faustino, que se desarrolló durante todo el año 2012. «Son estudios que requieren un análisis de datos muy exhaustivo, nuestra finalidad era ayudar a la bodega a localizar esos datos y formular ciertas hipótesis», explica Gainza.

Para realizar un análisis completo, se seleccionaron ocho vinos diferentes del Grupo Faustino, de forma que se abarcaran todos los tipos de productos: blancos, tintos, rosados, ecológicos, crianzas, reservas, grandes reservas, vinos de autor… Además, cubren todas las denominaciones de origen en las que está presente este importante grupo bodeguero.

«Analizamos la huella de carbono durante todo el ciclo de vida, de la cuna a la tumba para calcular la huella de carbono», explica Gainza. Durante el estudio, se tienen en cuenta todas las emisiones de gases de efecto invernadero que se generan durante la elaboración. El modo de medirlo es en CO2 equivalente, una medida estándar que extrapola las emisiones de seis gases de efecto invernadero –los que marca el Protocolo de Kioto– en cantidades de dióxido de carbono en función del potencial de calentamiento de cada uno de esos gases. «Hablamos de todo el proceso de elaboración –apunta Gainza–, desde la selección de materias primas para la botella, el transporte y la distribución, hasta las labores agrícolas en los viñedos (emisiones de los tractores y otra maquinaria pesada) y los productos que se utilicen en el campo». Incluso, Tecnalia ha descontado de la huella de carbono las remociones, es decir, las cantidades de CO2 que absorben las partes leñosas de los viñedos para realizar la fotosíntesis. «No tiene demasiado peso en el cálculo total, pero hace que éste sea mucho más completo», comenta Gainza.

La finalidad de este trabajo es doble. Por un lado, desean conocer la huella de carbono de estos vinos para establecer planes de mejora que permitan disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, una tarea en la que ahora está inmerso este grupo de investigación. La otra vertiente de este proyecto, no menos importante, es la tendencia de los mercados a legislar en función de la huella de carbono en los procesos de elaboración de productos y servicios. «Algunos mercados comenzaron a demandar este tipo de estudios para permitir la exportación de diversos productos, si bien es cierto que la crisis económica ha frenado bastante esta tendencia», apunta Gainza, que resalta también el «valor diferencial» que aportan estos cálculos con respecto a productos de la competencia en un mismo sector.

Tecnalia, aprovechando el éxito de este estudio y la experiencia acumulada, se plantea ofrecer este mismo servicio a otros grupos bodegueros. «Estamos haciendo incursiones en este mercado –resalta Gainza– porque, a medio plazo, estimamos que las legislaciones volverán a demandar estos estudios de huella de carbono. Es decir, demandarán que ésta sea bastante baja, por lo que se deberá calcular para posteriormente establecer planes de mejor, de reducción de la emisión de gases».

Los estudios que han realizado previamente otros grupos bodegueros –en Australia y alguno en España– no han sido tan completos como éste, según defiende el investigador de Tecnalia: «Ninguno de los realizados hasta la fecha ha abarcado tantos vinos de un mismo grupo ni ha recogido tantos datos para el estudio de la huella de carbono».

Este tipo de estudios abren la puerta a una vía comercial en expansión, la compra de derechos de emisión de gases de efecto invernadero. «El Protocolo de Kioto recoge esta opción. En estos momentos, en los países en desarrollo como Brasil, se construyen grandes plantas solares que contribuyen a reducir la contaminación. Una empresa puede invertir en este tipo de construcciones para compensar la sobrecontaminación de sus procesos productivos», destaca Gainza.

Visto en elmundo.es.