Un ensayo con monjas muestra que la bebida mejora el gen de la longevidad.
El trabajo se realizó en dos conventos de la Comunitat porque las religiosas tienen un estilo de vida muy controlado.
Disfrutar de larga vida en las mejores condiciones físicas. La longevidad es la meta. Y algunos de los secretos para alcanzarla se esconden en los genes. En ese ámbito de la ciencia ha dado un paso importante el equipo de investigadores dirigido por el profesor José Viña, catedrático de Fisiología de la Universitat de València.
Desde el departamento de la Facultad de Medicina han llevado a cabo una investigación en dos conventos de monjas de la Comunitat. Con ese trabajo han descubierto que el vino contribuye a alargar la vida. El profesor lo explica con otras palabras. Afirma que han constatado que «el vino mejora la expresión de los genes de la longevidad».
José Viña hace una llamada a la prudencia, pues asegura que hay muchas personas que «no pueden beber vino». Ofrece una enumeración que incluye, como ejemplos, «mujeres embarazadas, personas que han tenido problemas de pancreatitis, también los enfermos de hepatitis, que muchos no saben que padecen la enfermedad…» En todo caso insiste en que si se consume, se haga «siempre bajo supervisión médica».
¿Por qué se realizó el estudio entre monjas? La razón no es otra que la escasa variabilidad que ofrece el sistema de vida de las comunidades religiosas de clausura: «Llevan un régimen de vida -comida, trabajo , descanso- muy controlado». Pero no sólo eso: «Ellas disfrutan de mucha paz de espíritu».
El hecho de que su actividad se mantenga al margen de la diversidad de circunstancias y las tensiones externas que puede soportar cualquier otro colectivo social las hacía idóneas para el estudio. Tras decidir que la población sobre la que llevar a cabo la investigación iban a ser religiosas, «solicitamos los permisos y gracias al cardenal García-Gasco se pudo llevar a cabo», explica el profesor.
El investigador había llegado a plantearse esta opción porque se tenía conocimiento de que en determinadas zonas de Francia «la gente vive mucho tiempo» y se trataba de un área del país vecino «donde el consumo de vino es frecuente». Esa circunstancia llevó al profesor José Viña a diseñar las líneas de su trabajo que iba a desarrollar en los dos conventos valencianos.
«Dos vasos de vino»
El primer planteamiento fue: «Vamos a estudiar si dando dos vasos de vino al día, uno en la comida y otro en la cena, mejora la expresión de los genes de la longevidad». Se incluyó la ingesta en la dieta de las religiosas, cuyos conventos se encontraban en áreas geográficas de características distintas a fin de que no compartieran circunstancias ambientales que condujeran a la duda sobre la influencia de las mismas en los resultados.
Transcurrido el tiempo que se estimó, «en un convento realizamos el estudio en otoño de 2009 y en el otro en la primavera de 2010», los investigadores pudieron comprobar que «en todas las personas que tomaron vino mejoraron los genes de la longevidad».
Con ello los investigadores valencianos habían alcanzado un importante resultado a través del único estudio del mundo sobre esta materia realizado en humanos de una población controlada. Viña explica que ya hace muchos años «Grande Covián estudió la influencia del aceite de oliva» sobre planteamientos similares.
Visto en lasprovincias.es.