No hay que ser experto para ofrecer nuestro parecer: en la cata no hay opiniones correctas ni equivocadas.
No todo el mundo que vive en el área de producción del vino de Rioja es bodeguero, tiene viñas o se gana la vida en el sector del vino. Lo que si es verdad es que la gran mayoría de gente que viene a la Denominación lo hace atraída por la cultura del vino y la gastronomía. Raro es el foráneo que no va de vinos y pinchos a ‘la Laurel’ o que visita una bodega para conocer el proceso enológico y llevarse unas botellas del vino más afamado de España.
Con todo esto, no cabe otra cosa que la decepción de nuestro huésped cuando se da cuenta de que no todos los riojanos son terratenientes bodegueros y que, en el peor de los casos, poco sabemos de enología más allá de que «con uvas se hace el vino». Pero claro, tampoco es cosa de decepcionar al visitante, por lo que habrá que estar preparados ya que, bien en la mesa, de bares o de visita en una bodega, tendremos que ponernos enfrente de una copa para manifestar nuestra opinión ante alguien que espera algo más que eso de «está muy bueno».
Contrariamente a lo que algunos piensan, para catar no son necesarios grandes conocimientos, sino sentido y sensibilidad. Lo demás es cosa de un poco de práctica y, para eso, oportunidades no faltan. Si somos capaces de cogerle el tranquillo, cuando venga alguien a visitarnos verá que aquí en Rioja, el que más y el que menos, distingue un cosechero de un crianza, un rosado de un clarete y que, en definitiva, sabemos apreciar lo que tenemos. Vamos con unas nociones básicas. Mediante la cata (o degustación) se realiza un detallado análisis y evaluación de un vino a través de los sentidos: vista, gusto, olfato e, incluso, tacto. Probar un vino para evaluar su calidad es tan antiguo como su producción. Cuando el vino se convierte en un bien sujeto al intercambio comercial, entre particulares primero y luego profesionales marchantes, por necesidad aparecen técnicas cada vez más estandarizadas para caracterizar los vinos.
Posiblemente, los primeros atributos empleados para ensalzar o depreciar la calidad de un vino fueron aquellos que aludían a su capacidad embriagante y a su gusto, para, con el tiempo, irse enriqueciendo la jerga descriptiva. Enseguida, los términos que describen con precisión los sabores, aromas y peculiaridades del producto empiezan a formar parte del lenguaje cotidiano del mundo del vino. Catar es probar o degustar con intenciones analíticas o, lo que es lo mismo, con el fin último de valorar la calidad de un producto.
El profesional enológico cata para conocer la evolución del vino durante el proceso de elaboración y actuar en consecuencia (coupages, tratamientos, crianza o embotellado, etc.). El enólogo cata igualmente para testar tanto su vino como el de otros y, también como lo hace el aficionado, por el simple placer de beber. La cata es un ejercicio de atención, que precisa entrenamiento y concentración. La distancia entre tragar y beber es la misma que entre beber y catar. Es por tanto la cata un paso más en la apreciación gustativa. Sentido, tiempo y atención son requisitos necesarios para empezar a catar: la sensibilidad es muy valiosa, pero se puede entrenar, mientras que la memoria es un don con el que cuentan habitualmente los mejores catadores.
Contrariamente a lo que se cree, la cata no es una actividad exclusiva para expertos. No es necesario ser enólogo o sumiller para dar nuestra opinión y nadie sabe mejor que nosotros cuál es el vino que más nos gusta. No hay opiniones correctas y equivocadas: cada uno percibe de manera distinta. Dicho esto, no es de recibo rechazar la cata de un vino porque no seamos expertos en la materia. ¿Se imaginan a alguien frente a una mesa repleta de manjares diciendo «no gracias, no probaré nada… yo no entiendo de comida»?.
No se preocupe tampoco si su opinión difiere de la del resto, ya que no por eso se es mal catador. Catar es una experiencia personal en la que cada uno tiene que sacar sus propias conclusiones. En la cata está usted a un lado y al otro el vino, como Gary Cooper en ‘Solo ante el peligro’, por lo que debemos centrarnos en el vino y olvidar lo que nos rodea. Conviene estar atento a las sensaciones que el vino nos envía y manifestarlas abiertamente, sin complejos, sin importar que difieran de las del resto. Al fin y al cabo, para gustos se hicieron los colores y sobre gustos no hay nada escrito. Es usted el que está experimentando las sensaciones que el vino le transmite, por lo que es el único que tiene voz sobre lo que, particularmente, le gusta o disgusta.
Un buen catador no es aquel cuyos gustos coinciden con los de la opinión general o los de la crítica. Un buen catador es aquel que sabe ‘leer’ de un vino hasta la letra pequeña. Aquel que es capaz de captar toda la información que a través de nuestros sentidos el vino nos transmite. Si es usted riojano -yo lo soy sin haber nacido aquí-, le gusta el vino, aprovecha cualquier oportunidad para conocer nuevos vinos, tiene buena memoria y es buen comunicador, tiene todos los ingredientes para ser un gran catador.
Según se sumerja en esta amplia y rica área de conocimiento, según vaya probando diferentes vinos o visitando bodegas, su mochila de conocimientos se hace mayor cada día y se irá apasionando con todo lo relacionado con este mundo.
Para concluir, una autocrítica para los profesionales: ¿no vamos algunos demasiado ‘empalados’ a las catas? Como dice la canción ‘Mujeres fatal’ de Sabina, «hay mujeres que van al amor como van al trabajo», y hay algunos que lo de catar quizá se lo toman demasiado en serio.
Por Antonio Remesal Villar en lomejordelvinoderioja.com. Foto Justo Rodríguez