Una de las citas más formidables sobre el vino pertenece a Jean-François Revel, en su libro “Un festín en palabras”.
En su libro “Un festín en palabras”, el francés Jean-François Revel desarrolla una de las citas más impactantes sobre el vino. Porque allí sabe llegar al núcleo de lo que significa el vino en la vida de las personas y en las propias civilizaciones. En unos pocos párrafos, todo un resumen de enorme sabiduría:
“A lo largo de la prehistoria y protohistoria, la uva se consideraba una baya más. Pero, a partir del momento en que se empezó a cultivar la viña, la uva se destacó sobre todas las demás frutas productoras de bebidas fermentadas, y esta superioridad radica fundamentalmente en tres propiedades: la extrema variedad del gusto del vino según las cepas, el terruño y el clima donde crece la viña, su don de envejecer, modificarse, someterse a una ‘crianza’, prestarse a todo tipo de experiencias según las condiciones en que se conserve y, por último, la menos para ciertos vinos, su capacidad para viajar”.
“Gracias a esto, el vino se ha convertido en la única bebida alcohólica de difusión universal y, al mismo tiempo, de una extrema disparidad, porque, aunque en todas partes se beban alcoholes de destilación, son más o menos uniformes según su género. En cuanto a otras bebidas fermentadas, todo lo más son refrescos folklóricos inherentes a las condiciones locales. Y, a pesar de las diferencias, que ya trataremos, que los devotos de la cerveza observan entre sus diferentes versiones, hay que confesar que su catálogo de sabores es mucho más limitado”.
“Sobre todo desde la civilización griega, la uva impone, pues, rápidamente su ley, y precisamente la impone porque no cesa de plantear problemas a la perspicacia del viticultor y poner a prueba la memoria del catador. La multiplicidad de resultados según los lugares, y las cepas, los infinitos matices de sus resultados hacen de la vitivinicultura y de la degustación una partida de ajedrez de infinitas soluciones jamás agotadas”.
“Lo primero que se observa es que, una vez hechizado, el bebedor de vino es casi incapaz de beber otra cosa. El vino se asocia al amor y a la falta de amor, acompaña la alegría y la tristeza, el éxito y el fracaso, preside la amistad, impregna profundamente el cultivo del espíritu, los negocios, la guerra y la paz, el reposo del trabajador. En ciertas civilizaciones, dejar de beber vino es casi como renunciar a toda actividad, a todo intercambio con otro, renunciar incluso hasta a pensar”.
Por Mauricio Llaver. Visto en mdzol.com.