La bodega Castillo de Mendoza, reciente ganadora del Gran Ecovino de Oro, cree imprescindible priorizar la calidad por encima del volumen de producción.
Marta Besga, enóloga de Castillo de Mendoza, afirma que su objetivo es poder trasladar a la botella la esencia del terruño.
España es el primer productor mundial, con 79.000 hectáreas de vides ecológicas, y ha aumentado su producción un 200% en los últimos tres años.
“El gran reto del vino ecológico es apostar por la calidad. No basta con incrementar el número de hectáreas dedicadas a las vides ecológicas si no se producen grandes vinos”. Así lo aseguran los responsables de Castillo de Mendoza, bodega que ha sido recientemente galardonada con el premio Gran Ecovino de Oro gracias a su caldo Noralba 2010. Esta preciada distinción certifica el éxito de la apuesta de esta empresa, con origen en San Vicente de la Sonsierra (La Rioja), que entiende la producción ecológica como “una herramienta para alcanzar el vino que deseamos”. De hecho, el propietario de la bodega, Eloy Mendoza, asegura que la búsqueda de la calidad ha sido siempre, y también en los años más complicados, una prioridad para Castillo de Mendoza, que dispone de una de las mayores fincas ecológicas de la zona.
Los vinos ecológicos utilizan sistemas de cultivo basados en la óptima utilización de los recursos naturales, sin emplear productos químicos de síntesis u organismos genéticamente modificados. España es el primer productor mundial de vino ecológico, por delante de países como Italia o Francia, según datos del Instituto Suizo de Investigación en Agricultura Ecológica (FiBL). En las dos últimas décadas, el número de bodegas dedicadas al vino ecológico ha pasado de 50 a más de 500, según el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente.
Las 79.000 hectáreas actualmente dedicadas a vides ecológicas han permitido que las bodegas españolas incrementen su producción de vino ecológico un 200% en los últimos tres años. Sin embargo, desde Castillo de Mendoza reconocen que “en demasiadas ocasiones el productor ha optado por obtener el sello acreditador de producción ecológica creyendo que bastaría para incrementar sus ventas. Sin embargo, los consumidores con mayor sensibilidad ecológica también demandan vinos de calidad, y esa necesidad no siempre se atiende”.
Un caldo con personalidad
Marta Besta, enóloga de Castillo de Mendoza, explica que su objetivo es siempre trasladar a la botella la personalidad y singularidad del “terruño” o “terroir” en el que se encuentran las vides. Precisamente, San Vicente de la Sonsierra está considerado como una de las zonas más privilegiadas de España en este sentido, por lo que al elaborar un vino ecológico el objetivo es lograr caldos extraordinaros “con la menor intervención posible”.
El Noralba 2010, que se impuso el pasado mes de junio en los premios Ecovino de Oro, reconocidos por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, es el resultado de esta exigente apuesta. Las uvas, 80% tempranillo y 20% graciano, proceden de ocho hectáreas de viñedos de agricultura ecológica. Tras la elaboración al estilo bordelés, su cuidada fermentación se produjo en pequeños depósitos de acero inoxidable a temperatura controlada. La crianza se prolongó 15 meses en barricas nuevas de roble americano y francés, y antes de la comercialización el vino ha estado un mínimo de 12 meses en botella.
Los catadores lo describen como un tinto de crianza potente, de color rojo picota y aroma a frutos negros y rojos. En nariz también se perciben notas de hierbas salvajes, mientras que en boca muestra un buen equilibrio ácido, marcados taninos maduros y un final aromático muy singular, característico de los viñedos de San Vicente de la Sonsierra.
Para degustar alguna de las 12.000 botellas producidas del Noralba 2010, es preciso acudir a vinotecas, tiendas especializadas y restaurantes. Aunque eso sí, es posible encontrarlo en tres continentes, ya que se ha exportado a varios países de Europa, América y Asia.